Artículo

¿En qué hemos de gloriarnos?

“El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación; pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba. Porque cuando sale el sol con calor abrasador, la hierba se seca, su flor se cae, y perece su hermosa apariencia; así también se marchitará el rico en todas sus empresas.” (Santiago 1:9–11)

Una fe que se prueba en nuestras riquezas

La carta de Santiago es profundamente práctica. Nos llama a vivir una fe viva, una fe que no se queda en palabras, sino que se expresa en la vida diaria. Desde el inicio, el autor nos habla de cómo esa fe se prueba en la aflicción, en la búsqueda de sabiduría y, ahora, también en nuestra relación con las riquezas.

¿Por qué hablar del dinero y las posesiones? Porque pocas cosas revelan tanto lo que hay en nuestro corazón como lo que hacemos con lo que tenemos. La fe verdadera se nota en cómo enfrentamos la escasez y también en cómo administramos la abundancia.

En esta sección, Santiago hace eco de las palabras de Jesús: “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lucas 14:11; cf. Mateo 23:12; Lucas 18:14). La paradoja del Evangelio se resume así: en el Reino de Dios, el camino hacia arriba siempre pasa por abajo.

Cuando la pobreza es exaltación

«El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación…” (Santiago 1:9)

Santiago comienza refiriéndose a “el hermano”. Esa sola palabra cambia todo el sentido. No está hablando de cualquier persona pobre, sino de alguien que ha recibido la gracia de Dios en Cristo. La perspectiva que se presenta aquí es imposible de comprender sin una fe transformada.

La palabra griega que usa para “humilde condición” es tapeinos: alguien de recursos limitados, sencillo, sin prestigio, insignificante a los ojos del mundo. Es la misma gente que muchas veces es despreciada o ignorada, como bien describe Proverbios 30:14: “Hay generación cuyos dientes son espadas, y sus muelas cuchillos, para devorar a los pobres de la tierra…”

Pero Dios tiene otra mirada. El cántico de María lo expresa con fuerza: “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos” (Lucas 1:52–53).

La pobreza, en sí misma, no es una virtud. Nadie debería romantizar la escasez ni pensar que Dios se agrada en que su pueblo viva en necesidad. Pero para el creyente, la pobreza puede convertirse en un recordatorio constante de su exaltación espiritual.

¿De qué exaltación habla Santiago?

No se trata de una promesa de prosperidad material futura. Santiago no está diciendo que los pobres cristianos un día serán ricos en este mundo. Ese es el engañoso mensaje del “evangelio de la prosperidad”, que promete autos, casas y lujos como si fueran la meta de la vida cristiana.

La exaltación de la que habla Santiago es mucho más gloriosa. Significa haber sido levantados por Dios desde lo más bajo: de enemigos a hijos, de condenados a herederos.

La Biblia lo expresa de diferentes maneras:

  • “Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:6).

  • “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios…” (1 Pedro 2:9).

  • “Él levanta del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar” (Salmo 113:7).

En Cristo, los pobres poseen una dignidad y una herencia infinitamente superiores a cualquier riqueza terrenal. Como vasos de barro, tenemos el tesoro incomparable de conocer a Cristo mismo (2 Corintios 4:7).

Así que, si un creyente enfrenta carencias económicas, no debe gloriarse en su pobreza, sino en la exaltación que Dios ya le ha dado al hacerlo hijo suyo y heredero de su Reino. Esa es la verdadera riqueza.

Cuando la riqueza se vuelve humillación

“…pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba” (Santiago 1:10).

Ahora Santiago presenta la otra cara de la moneda. Si la escasez puede ser una prueba de fe, la abundancia lo es aún más. Tener mucho puede dar la falsa sensación de seguridad, independencia o poder.

Aquí hay un debate interesante: ¿habla Santiago de un rico creyente o de un incrédulo? Sea como fuere, el mensaje central es claro: las riquezas no pueden sostener el alma ni asegurar el destino eterno.

Jesús lo había advertido: “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” (Lucas 18:24). No porque el dinero en sí sea malo, sino porque fácilmente se convierte en un ídolo que ciega al corazón.

¿Cómo es humillado un rico?

La humillación puede ser de dos maneras:

  1. Para el incrédulo, llegará en el día del juicio, cuando se dé cuenta de que toda su gloria era ilusión, como un castillo de arena ante la eternidad.

  2. Para el creyente rico, la humillación llega como un acto de gracia. Dios le abre los ojos para ver que su fortuna no sirve para acercarse a Él, y que su verdadera necesidad es espiritual.

Cuando un rico es llevado a esa convicción, debe gloriarse en su humillación. Porque solo entonces entiende lo que Pablo dijo: “Todo lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:8).

La fragilidad de toda riqueza

Santiago usa una imagen vívida para explicar la vanidad de las riquezas: “Pasará como la flor de la hierba” (1:10).

La gloria humana es como una flor silvestre: hermosa por un momento, pero inevitablemente marchita. Isaías lo expresó siglos antes:

“Toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, la flor se marchita; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:6–8).

Lo mismo repite Pedro en su carta: “Toda carne es como hierba… la hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre” (1 Pedro 1:24–25).

La riqueza, los logros, el prestigio… todo se deshace con el paso del tiempo. Como las flores en el desierto de Judea, que bajo el calor abrasador del sol se secan en cuestión de horas, así también se marchitará el rico en todas sus empresas (Santiago 1:11).

La vida es frágil. El dinero puede desaparecer en un instante. La fama se desvanece. Nada de eso puede sostenernos más allá de la tumba.

¿Dónde está nuestro tesoro?

Ante esta realidad, ¿qué aplicación podemos hacer? Santiago nos invita a mirar con otros ojos la pobreza y la riqueza. Ni la una ni la otra son en sí mismas lo importante. Lo esencial es dónde ponemos nuestra gloria.

  • Si eres pobre, recuerda que en Cristo tienes una herencia eterna. Tu dignidad no depende de lo que posees, sino de Aquel que te llamó hijo suyo.

  • Si eres rico, no pongas tu esperanza en lo que se marchita. Gózate si Dios te ha mostrado que sin Él no eres nada. Esa humillación es gracia.

Pablo lo resume así: “Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9).

El verdadero tesoro no son las cuentas bancarias ni los bienes acumulados, sino Cristo mismo. Él es la perla de gran precio (Mateo 13:46).

Por eso, Jesús nos exhorta: “No os hagáis tesoros en la tierra… sino haceos tesoros en el cielo. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19–21).

Gloriémonos solo en el Señor

Jeremías lo dijo con claridad siglos atrás: “No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que hubiere de alabarse: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová” (Jeremías 9:23–24).

Al final del día, pobres o ricos, todos estamos de paso. Nuestra vida es como un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece (Santiago 4:14). Pero lo que permanece para siempre es Cristo y su salvación.

Por eso, hermanos, gloriémonos en Jesús. Él es quien nos exaltó cuando estábamos en lo más bajo. Él es quien nos humilla cuando creemos que lo tenemos todo. Y Él es quien nos ofrece una riqueza incorruptible, un tesoro eterno en su Reino.

Como exhorta Pablo: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba… Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:1–2).

Que nuestra gloria, entonces, no sea lo que tenemos ni lo que nos falta, sino Cristo, el Señor de nuestra vida.

DEJA TU COMENTARIO

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

0 %