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Alternativas Incompatibles

Los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando; y vinieron y le dijeron: ¿Por qué ayunan los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos, pero tus discípulos no ayunan? Y Jesús les dijo: ¿Acaso pueden ayunar los acompañantes del novio mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar. Pero vendrán días cuando el novio les será quitado, y entonces ayunarán en aquel día. Nadie pone un remiendo de tela nueva en un vestido viejo, porque entonces el remiendo al encogerse tira de él, lo nuevo de lo viejo, y se produce una rotura peor. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces el vino romperá el odre, y se pierde el vino y también los odres; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos.

(Marcos 2:18-22)

 

La Palabra de Dios pedía al pueblo de Dios ayunar, una vez al año, como preparación del día de expiación y en señal de arrepentimiento y tristeza por el pecado. Israel estaba muy familiarizado con este mandamiento y era una práctica que encontramos en el Antiguo Testamento. Como señal de duelo, de arrepentimiento, de búsqueda de la guía de Dios.

Para los fariseos, el ayuno se había vuelto un rito. Cada lunes, y cada jueves, desde la mañana a la tarde, ayunaban. Ponían cara de tristes, se vestían distinto, se encargaban de que todos superan cuan espirituales eran.

Por supuesto, el resto de las personas en Israel consideraban esto como una práctica muy piadosa. ¿O no? Imagínense orar dos veces a la semana. Incluso hoy en día podríamos considerarlo una práctica que evidencia una rica y profunda espiritualidad.

Ahora bien, era un problema que Jesús y sus discípulos no ayunaran (o si lo hacían no andaban anunciándolo por todos lados, ya que sí sabemos que Nuestro Señor ayunaba). Rompía su concepto de lo que la devoción era. En vez de orar en las esquinas Jesús lo hacía en lugares apartados, por la noche. En vez de ayunar lunes y jueves, Jesús y los discípulos pasaban su tiempo en cenas con publicanos y pecadores, en las que hasta las rameras podían entrar.

¿Por qué tus discípulos no ayunan? Le preguntan. Quizás sin malicia, con un genuino interés. Y la respuesta de Jesús es rica, desafiante, única…

En primer lugar Él usa una figura para hablar de sí mismo que para los judíos les resulta familiar. Jesús es el novio, el esposo. Muchas veces en Las Escrituras se compara a Israel con la novia y a Dios con el esposo: que cuida, que guía, que ama, que perdona. No es tiempo de tristeza y preocupación, el esposo está con ustedes. No se puede estar triste en una boda. Cuando una pareja se casaba en aquellos días, durante una semana los amigos del novio eran los encargados de que no faltara nada para celebrar y la casa estaba constantemente llena de gente que venía a compartir la alegría de los recién casados.

¿Cómo iban entonces a estar tristes y ayunando los compañeros del novio, si Él Aún estaba entre ellos?

Pero habrá días de ayuno… Cuando el novio les sea quitado. En el comienzo mismo de su ministerio Jesús anticipa ya su muerte violenta. Ese será un día de angustia para sus discípulos, nosotros lo sabemos por lo que Las Escrituras nos dicen.

Entonces Jesús está diciéndoles que este no es un tiempo para Él y sus discípulos de estar tristes, sino todo lo contrario.

Y acaso las dos ilustraciones que siguen aclaran mejor el concepto: Remiendo nuevo en ropa vieja, vino nuevo en odres viejos.

La ropa como lo exterior, el vino como lo interior. No puede convivir lo nuevo con lo viejo. Un remiendo nuevo haría que la ropa vieja se termine rompiendo. Un vino nuevo haría explotar un odre viejo. No se puede.

Obviamente Jesús no está hablando de vino, o de parches en la ropa.

Está hablando de la fe, de su mensaje.

El ayuno que los fariseos practicaban era una práctica vacía, que repelía a Dios. Con sus labios oraban, pero también despreciaban a los demás. Lunes y jueves ayunaban, pero el resto de los días oprimían a sus hermanos de Israel. Por esta falsedad es que Isaías les dijo:

¿No es éste el ayuno que yo escogí: desatar las ligaduras de impiedad, soltar las coyundas del yugo, dejar ir libres a los oprimidos, y romper todo yugo? ¿No es para que partas tu pan con el hambriento, y recibas en casa a los pobres sin hogar; para que cuando veas al desnudo lo cubras, y no te escondas de tu semejante?

(Isaías 58:6-7)

 

El evangelio apunta (y acierta) al corazón. Eso es lo que Dios cambia en nosotros. No las prácticas externas, no las formas de la oración, no la vestimenta, sino lo que es importante. El corazón.

Hay miles de casos de gente que ha dado vuelcos radicales en su vida, hippies convertidos en empresarios y viceversa, sedentarios convertidos en deportistas, y más. Es difícil, pero no imposible, cambiar nuestras prácticas, nuestros hábitos, pero solo hay Uno que puede cambiar el corazón.

Este pasaje habla del ayuno, pero sobre todo habla de que el Evangelio no son solo prácticas o ritos. El evangelio es transformación, es nacer de nuevo.

¿Los cristianos de hoy ayunan? Sí. Jesús nos enseñó a hacerlo.

¿Lo hacemos porque estamos tristes? No, lo hacemos porque buscamos su guía, porque esperamos su regreso, lo hacemos sin demudar nuestros rostros y sin que nadie lo sepa innecesariamente.

Porque así vive un cristiano, para glorificar a Dios. Buscando cada día la misericordia de Dios.

A veces nos parecemos a los fariseos, pensando que lo importante es estar cada domingo en la reunión, leer tantos capítulos de La Biblia o el último libro de mi autor favorito, escuchar súper sermones. Cosas buenas, edificantes y necesarias. Pero lo importante es que somos la Iglesia, somos la Novia del Cordero. Nada más importante y Central que eso.

No podemos mezclar el Evangelio de Jesús con nada más. No es compatible con la religión, con la autoconfianza y auto justificación. No es compatible con la hipocresía y la falsedad. No es compatible con nuestra justicia…

No olvidemos que dependemos de Su Gracia.

Dios te bendiga!

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