Lectura: Lucas 9:28-36
Los eventos anteriores han venido preparando a los discípulos para conocer y ver con sus propios ojos lo que Dios ha dispuesto desde el inicio de los tiempos, lo que los profetas han anunciado y prometido. Dios haciéndose tan cercano a los hombres que hasta caminó por entre nosotros, y pudimos contemplar Su Gloria.
Algunos aspectos de este pasaje son conocidos, aunque vale la pena recordarlos.
Quienes están con Jesús son Moisés (La ley) y Elías (Los profetas), y estas dos figuras representan cómo Jesús es el Mesías prometido de Dios y cómo todo el Antiguo Testamento apunta a Él.
Otro aspecto es la respuesta o iniciativa de Pedro, de construir enramadas. Probablemente para honrar a Jesús, Moisés y Elías.
Pero el aspecto que me gustaría resaltar hoy, y en el que te invito a pensar está en el versículo 31.
¿De qué hablaban Jesús, Elías y Moisés? De lo que estaba por suceder. Jesús está a punto de emprender camino hacia Jerusalem, donde sabe que ha de entregar su vida en sacrificio nuestro. Jesús ha venido a cumplir una misión, una misión que está determinada de antemano, y que Él conoce y está dispuesto a cumplir.
La misión de Jesús es salvar a los suyos, a los que crean en Él, a los que vean en la Cruz sus propios pecados clavados.
Y es a causa del sufrimiento y sacrificio que Jesús está dispuesto a hacer que se oye la voz del Padre decir: “Este es mi Hijo, mi Escogido, a Él oíd”
Es la cruz de Cristo la que nos muestra de manera sublime Su Identidad y Su Gloria.
Cuando en el Libro de Apocalipsis el apóstol Juan llora, porque no se halla a nadie que pueda abrir el rollo y leer lo que allí está escrito nos encontramos con una maravillosa escena. ¡El Cordero es Digno! De romper el sello, de abrir el libro y leerlo… De nuestra gratitud, de nuestro amor, de nuestra adoración… De toda gloria, poder y autoridad… Él es digno.
PARA PENSAR: ¿Recordamos cada día que Jesús estuvo dispuesto a hacer lo que para nosotros era imposible? ¿Cómo reacciona nuestro ser ante eso?