Las bienaventuranzas son parte del Sermón del Monte, y en ellas encontramos una preciosa descripción de aquello que anhelamos ser como discípulos de Jesús, este es nuestro ideal, a esto aspiramos. Esto es lo que Dios está haciendo en nosotros, y cada una de las cualidades que aquí se mencionan fue encarnada de manera perfecta por Nuestro Salvador.
Si hay una idea que atraviesa todo el Sermón del Monte, y a la que responde el versículo que compartimos hoy, es esta: “Los discípulos de Cristo no viven como el resto del mundo”.
El Reino de los Cielos no solo NO responde a los criterios y valores de los hombres, sino que los trasciende, y en la mayoría de los casos es radicalmente opuesto. El Cristianismo es un camino único, más alto que cualquier otra forma de ver el mundo que los hombres pudiéramos imaginar.
Dice el Señor en la tercer bienaventuranza:
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. (Mateo 5: 5 RV60)
Pensemos juntos acerca de lo que este pasaje nos enseña, y sobre todo, como vivimos a la luz de esta preciosa enseñanza.
Una promesa
Comencemos por el final del versículo, hay allí una promesa: los mansos heredarán la tierra. ¿Qué significa esto?
- Qué nuestra herencia no tiene que ver con dominar a otros, con poseer y acumular, con aparentar e impresionar (1 Juan 2:15-17). La herencia de los mansos no es pasajera, es eterna.
- Que tenemos herencia al recibirla por la gracia de Cristo, nuestra herencia es que hemos sido adoptados como hijos de Dios, hemos sido aceptados en un Reino que es eterno y glorioso, y que reinaremos con el Rey de Reyes (Romanos 8:15-17/ 2 Timoteo 2:12).
- Qué la mansedumbre, la humildad, son un distintivo ineludible de los que son parte de este Reino, y por esto mismo procuramos ser santificados en este aspecto cada día.
¿Cómo soy manso?
Básicamente, es en cómo nos relacionamos con los demás que se ve si soy manso o no. Mi relación con el Creador primeramente, y con los demás.
- Soy manso delante del Señor cuando confío en su providencia, en que todo lo que Él hace redunda en mi bien. Y abrazo su voluntad para mí porque Él está haciéndome más como Cristo. Yo sé que Él está obrando en todas las cosas, nada debe inquietarme (Mateo 6:26).
- Soy manso cuando no soy débil. Cuando tengo la posibilidad de responder de otra manera (con egoísmo, con orgullo, pensando solamente en mí) y no lo hago. Soy manso cuando el fruto del Espíritu en mí se hace evidente en el dominio propio, en la templanza (Proverbios 16:32).
- Soy manso al tener un concepto correcto de mí mismo, y también de mi hermano. Cuando puedo pensar en vos antes que en mí (Filipenses 2:3 / Romanos 12:3,10).
- Soy manso cuando mi amor por los demás no es solo de palabra, sino que está lleno de paciencia y gracia, porque el otro es parte mía. (Efesios 4:1-3).
- Soy manso cuando recuerdo que si el Señor ya perdonó a mi hermano, ya no tengo entonces reclamos centrados en mi “yo” por hacer (Gálatas 2:20).
- Soy manso cuando confío en lo que Dios va a hacer, en mí, en mi hermano. Soy manso cuando no intento imponer mis planes a Dios, sino que busco conocer y abrazar los suyos (Job 42:2).
Una bendición
Al pensar en que el Señor me pide ser manso la tentación es ver la mansedumbre como una obligación, algo que tengo que hacer a pesar de que si de mí dependiera no lo haría.
Pero la maravilla del Evangelio es que Dios transforma mi ser interior de manera tal que ser manso y humilde, como Él, se vuelve algo que deseo, que anhelo.
Y veo la obra del Señor, lo imposible. Un corazón que cambia, que es quebrantado, que puede mirar hacia afuera y experimentar la compasión y el gozo del darse y servir. Un corazón que puede ahora confiar en el Dios que todo lo hace bueno.
Y somos realmente bienaventurados de que Él nos haya mirado con misericordia, nos haya elegido y esté obrando cada día en nosotros. Somos bienaventurados de que cada día Dios nos despoje de la vanidad y del orgullo. Qué nos haga más humildes, más como Jesús.
Dios está haciendo en nosotros la buena obra, y va a seguir haciéndolo hasta el fin. ¡Qué enorme bendición!